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Ilan Amores, el argentino que funde punk y cumbia sin pedir permiso: "Me gusta mucho el imaginario de ese cantante medio poeta, pirata, bucanero"

Ilan Amores, el argentino que funde punk y cumbia sin pedir permiso: "Me gusta mucho el imaginario de ese cantante medio poeta, pirata, bucanero"

Entre las callejuelas del Casco Antiguo de Sevilla, flanqueadas por edificios ocres con toques de amarillo, Ilan Amores (Buenos Aires, 1992) saca del bolsillo una pequeña cámara digital y comienza a grabar. "Saluden", dice, sonriendo. La Canon, plateada y desgastada, lo acompaña desde su primera gira con la banda de punk argentina Argies. "La compré en un mercado en Italia hace muchos años y, desde entonces, grabo todo, vaya donde vaya. Los recuerdos se conservan mejor con la cámara. Mira ese color especial que tiene", musita, mientras deambulamos, guitarra a su espalda, hasta la bohemia Alameda de Hércules. Una frase que suena, sin buscarlo, como un eco lejano de Los del Río.

"Estoy en un estado de felicidad que creo que es anormal para el ser humano", admite. Y es comprensible. El argentino se encuentra en España a punto de emprender su primera gira europea en solitario, acaba de pasar una semana en la furgo de gira con su ídolo Manu Chao, y este fin de semana acompañó a su compatriota Gaspi en su entrada al ring de La Velada del Año V, en el Estadio de La Cartuja, interpretando su tema Bar La Perla ante unas 80.000 personas. "Lo de Manu fue una completa sorpresa, y hasta hace dos semanas ni siquiera sabía qué era La Velada. La vida del artista es muy pirata y bucanero... hasta que las cosas te salen bien".

Su propuesta musical desafía las etiquetas, fusionando géneros tradicionalmente sectarios en un matrimonio improbable entre cumbia, rock y punk -siendo este último una de sus raíces más importantes- que se atreve a cruzar los límites de lo establecido. ¿El resultado? Una cumbia muy densa y emocional, que mezcla la rebajada que se hace en Monterrey, México, con la villera del conurbano bonaerense.

"Hay un estigma con la cumbia y el punk, como si esos dos géneros no se tuvieran que cruzar. Son como amores prohibidos", relata. "Pero después me pareció que lo más punk que se podía hacer era cruzar ese límite. A la cumbia no hay cómo escaparle, es parte de nuestro ADN en Latinoamérica. Y llega un momento en el que te hincha las pelotas no entenderla como músico. Tiene su propio lenguaje, su riqueza musical, y dije: 'Eso lo quiero aprender'".

¿Y de dónde viene esa pasión por el punk?, preguntamos. "En Misiones, la ciudad donde crecí, yo tenía un vecino, El Naipe, que era un pibe loco: tenía tatuajes, tocaba la batería y escuchaba punk", relata. "Él me dio unos casetes que tenían The Clash, Die Toten Hosen, los Ramones. Era lo más copado del mundo, pero además era una música que te dejaba formar parte de ella. Calza muy bien con la rebeldía de un niño cuando siente que todo el mundo está en tu contra. Me introdujo a toda una realidad y a una conciencia social, y allí me fui haciendo muy amigo del punk", explica Amores, que ya tocaba la guitarra y la batería desde una temprana edad.

No sorprende, entonces, que pronto empezara a meterse en bandas. Primero vino Euforia, que "duró dos ensayos". Luego, Anarquía, "con unos amigos cuando tenía 13 o 14 años", y después, Cara Rota, "que ya iba un poquito más en serio". "Misiones fue una ciudad buena para ensayar los sueños", afirma Amores, que después volvería a su Buenos Aires natal para estudiar batería. Allí también se uniría a Argies como bajista, banda con la que viajó por todo el mundo y que marcaría "su mirada visceral sobre la música".

Su rumbo cambió, sin embargo, cuando descubrió el poder de la canción como herramienta narrativa: "Un día escuché a Andrés Calamaro y me di cuenta de lo que era escribir una canción". Además de Chao y Calamaro, entre sus referentes se destacan Pete Doherty y Joaquín Sabina. "Me gusta mucho el imaginario del cantante, ese cantante medio poeta, maldito, pirata, bucanero", cuenta. "Y todos estos tipos se toman muy en serio el oficio de ser cantante y la responsabilidad de serlo, al igual que yo".

Entre pregunta y pregunta, rasguea unos acordes en la guitarra, que descansa en su regazo. En un momento dado, empieza a tocar Bar La Perla, y el mesero de la cafetería se asoma a la terraza para escuchar. Su estética rockera contrasta con la delicadeza con la que toca las cuerdas de su Gibson. Y los tatuajes que marcan su piel son la tinta con la que sus experiencias quedan inscritas, de donde brotan ahora las letras de sus canciones.

Fue en 2017 cuando lanzó su primer disco en solitario, UNO, al que siguió Chico Chico en 2019, trabajo con el que también adoptó ese nombre como nueva identidad artística. "Cuando empecé como solista, no quería ponerme en mi propia piel, quería poder esconder detrás de algo", admite. Chico Chico, cuenta, surgió del nombre de un bar en un pueblo de Corrientes, donde fue a grabar el disco. "Grabamos en una cabaña de madera, con el micrófono colgando del techo, al lado de la playa. Tras pedirle inspiración al [santo pagano] Gauchito Gil al entrar al pueblo, ese fin de semana, rodeado de amigos, escribí el álbum entero", recuerda. En el pueblo había "un barcito de mala muerte llamado Chico Chico, y viene un amigo y me dice: 'Ponle ese nombre al álbum'. Y ya me empezaron a decir Chico Chico a mí".

El disco salió, y un año después alguien del pueblo se puso en contacto con él para contarle que Chico Chico, en realidad, había sido una persona, ya fallecida. "Su hermano había abierto el bar en su nombre. Era pescador, guitarrero y muy querido en el pueblo", rememora. "Decían que su espíritu estaba en el río donde nosotros escribimos las canciones".

Pero después llegó el momento de quitarse la máscara -había un artista brasileño con el mismo nombre artístico- y presentarse al mundo como Ilan Amores, por mucho que no quisiera: "No quiero imaginarme que por ahí me puede conocer tanta gente, porque después quieres complacer a todos y quedar bien con todos. Y ese es un muy mal barco para subirse".

Aunque este fin de semana haya ganado nuevos seguidores, Amores no está interesado en sacrificar su esencia por visibilidad. "Me tomo con responsabilidad todo lo que trabajé para llegar a este momento y no renegar de eso y, al mismo tiempo, mantener una esencia y tratar de ser auténtico", relata, con toda esa buena onda que lo caracteriza. "La cumbia me acompaña, la cumbia me cuida, y alto barco me va a llevar a buen puerto".

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